Texto ganador del
primer lugar del Premio Joven de Cuento de la Feria Internacional del Libro
2015. Inspirado en los cuentos de "Dos pesos de agua" de Juan Bosh y "El Rey Sabio" de Kalil Gibran.
Isaac Levitan — "El camino a Vladimirka" |
El cielo se mostraba limpio sin una
mancha de nubes. Era de una limpieza seca inaguantable.
La peor sequía que había visto Ariel
en sus pocos años.
Agosto y no llovía desde mayo. Los
terrenos pardos se agrietaron a la distancia. La sequía empezó matando las
primeras cosechas; cuando se hizo larga y le sacó todo lo que tenía a la tierra,
se desquitó con los arroyos. Poco a poco los causes comenzaron a parecer demasiado
exagerados de tamaño para tan poco agua, las piedras surgieron cubiertas de
lamas y los pececillos que no murieron emigraron corriente abajo. Infinidad de
caños acabaron por agotarse, en otros se formaron lodazales.
Allá, al pie de la loma, un bohío.
La gente que vivía en él, y en los otros, y en los más remotos, desesperados y
sedientos comenzaron a salir de sus conucos para emigrar hacia otros pueblos
menos áridos. Don Tru ya no aguantaba tener que decirle a su nieta, que moría
de sed, que beba menos agua. Tenía que salir de allí.
—A este lugar le han hecho mal de
ojo— decía el Don mientras subía sus trastes a un burro.
La familia de Ariel se resistía a
irse. Tenían más cosas que perder, que cargar y tenían mucha fe en que
llovería.
“Algún día caerá agua de nuevo;
alguna tarde se cargará el cielo de nubes; en alguna noche romperá el canto del
aguacero sobre el árido techo de yagua.”
Pensaba Ariel cogiendo sombra bajo una mata de mango, que hacía mucho tiempo
que no venía una brisita a acariciar sus hojas. El chico tenía fe todavía. A
veces tenía sus alucinaciones, veía
crecer el maíz, veía florecer las habichuelas, guandules, platanos; oía el
gruñido de sus puercos en la pocilga hartándose de los desperdicios que dejaban
en su casa; contaba las gallinas al anochecer, cuando subían a los palos a
cacarear y lo mejor de todo, se veía y sentía bañándose en el agua lluvia.
—Mañana ya lloverá— le decía Ariel a
sus amiguitos.
Ariel todas las noches se acostaba y
rezaba. Ofrecía más velas a las animas y esperaba. Y cuando los puercos
comenzaron a morir y él comenzó a perder las esperanzas… apareció.
Nadie había visto ese pozo antes,
pero de la nada apareció y rebosado de agua. Nadie se preguntó ni le interesó
de donde salió, lo único importante es que tenía mucha agua. Agua fresca y cristalina, de las que tomaban;
incluso algunas familias regresaron. Cuando Ariel fue emocionado a buscar agua
del pozo para calmar su sed, lo detuvo un señor ya muy viejito, de esos que
parece que les quedan de vida dos cantá de
gallo.
—¡No debes de beber de esa agua!— le
dice mirándolo con energía. — Ahí cayó toda el agua que mató a Remigia. Los dos
pesos de agua que le pidió a las animas la mataron y esa agua maldita cayó ahí.
Y el que beba de esa agua le caerá una maldición que lo va a dejar loco. —
Ariel se asustó y se fue corriendo a donde su mamá. El agua no paraba de salir del pozo… así que
esperaron al otro día para ver si podían coger agua. Todos tomaron del agua del
pozo, menos Ariel, tenía miedo. Se iba a mantener bebiendo de la poca agua que
su mamá guardó en la tinaja. Todavía tenía fe de que llovería y podría beber de
otra agua que no sea la de ese pozo.
Al otro día, tal como dijo el viejo,
todos los que bebieron del agua se volvieron locos. Hablaban al revés, se
retorcían en el suelo, bailaban, reían, se pegaban entre sí, comían la comida
de los cerdos y muchas más locuras indescriptibles. Y mientras más bebían de la
interminable agua del pozo, más desequilibrados se ponían. Poco a poco los
vecinos fueron cayendo ante la sed y bebieron agua. Pronto el único que no
llegó a beber agua del pozo fue Ariel, que sediento miraba este espectáculo con
su cordura intacta. Ya los otros niños no jugaban con él, decían que estaba
loco, era demasiado quieto.
—¡Ariel está loco!— gritaban
mientras comían su propia mierda y riendo se la arrojaban al niño que todavía
esperaba la lluvia.
Este rechazo pasó también a los
mayores, que le tiraban huevos podridos junto a los niños. Ariel se convirtió
en el loco del ahora prospero pueblo. Su madre, que también bebió del agua del
pozo; lo miraba con vergüenza. No era algo bonito ser la madre del loco del
pueblo. Ariel fue a donde el viejito a preguntarle donde podría beber agua potable
que no sea de ese pozo. Pero el viejito estaba muerto, murió deshidratado.
Ariel encontró su cadáver con cerca del pozo.
Al ver que ya estaba completamente
solo, en un pueblo de chiflados y con el miedo de terminar como el viejo… bebió
agua del pozo.
Cuando los demás niños del pueblo
encontraron a Ariel hablando y riendo junto al cuerpo sin vida y ya hediondo
del viejo se sintieron muy aliviados porque su amiguito había recuperado la
razón.
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